domingo, 4 de abril de 2010

La antorcha


Es verdad lo que le decían, la respiración, su propia respiración haciéndose dificultosa, a medida que avanza tímidamente por los misteriosos túneles del lugar; Con la antorcha en una mano, el joven penetra por los caminos y, a pesar de que los pensamientos intentan borrarlo del lugar, de su presente, consigue seguir sus pasos.
Más allá del sonido de las aguas subterráneas, oye la voz de su padre, contándole acerca de la realidad y sus diferentes sentidos, de las diversas nociones y vidas que le daba la gente, la cueva se hacía más profunda, los recuerdos más oscuros, se pregunta por qué odiaba tanto esas conversaciones familiares, por qué nunca supo respetar a su familia, por qué desilusionó al amor y se encerró en su propio olvido, en el egoísmo, ya no podía parar.
Todo le producía temor, pero avanzaba; el frío se colaba por sus articulaciones que no paraban para desfallecer, seguía; Seguía con tristeza, pensaba sin emoción, solo el blanco fuego, su guía, le permitía seguir.
Por cada paso un pensamiento, por cada idea una porción de su alma, cada paso devorado por la esquizofrenia mental que lo aquejaba, no la clínica, la social; hipnotizado por la luz de la antorcha, que lo mantenía a salvo, que luchaba por darle fuerza y tenerlo en pie, que lo salvaba de la oscuridad eterna.
Sentado en el centro de una habitación vuelve en sí, el joven, sentado en uno de sus recuerdos bloqueado por las fronteras del universo posible, ese que lo construyen las críticas y las palabras. Esperaba el momento para manifestarse.
Ahora odia las llamas, se extinguen en su cabeza, el resplandor lo enceguecía, la luz no es un don que se les conceda a todo el que lo desee; se enfurece, lanza el madero carbonizado contra su interior, contra las murallas frágiles de la habitación.
Las llamas renacen en el piso, se encienden a su alrededor, teme por su vida y se arrepiente de a haberlo pensado, lanza una desgarradora carcajada. Lo comprende, no había sentido, no había búsqueda, una sola llama no podía encender la vida de tantos hombres, una llama no servía.

Se quemaba por dentro, mientras las llamas blancas de su exterior ni siquiera lo tocaban, no lo juzgaban. Se maximizó al polvo de la inconsciencia, se mezcló con la tierra del lugar, se pensó a sí mismo y se engaño al crear su defunción, fue libre mientra murió, fue uno con su religión.

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